sábado, 30 de agosto de 2014

Reflexiones al hilo de una cometa



Como el poeta japonés que tras una vida fructífera,
llena de aciertos expresivos,
de poemas breves palpitantes de belleza,
reparte sus bienes entre sus sirvientes.
Y, acto seguido, se suicida al atardecer,
 mientras la noche impone su caligrafía
 en el cíclico encerado del cielo.
Así soy yo a veces.

Como Ludovico Ariosto,
que amando la paz y la escritura desde joven,
 se ve obligado a entregarse a la intriga palaciega
 y a la feroz batalla durante décadas,
pesadas como el plomo
 y sólo en los últimos años de su ajetreada existencia
 puede dedicarse, feliz ya, al estudio de los clásicos
y a su amada, que es la poesía.
Así soy yo a veces.

Como Immanuel Kant
 que siente un escalofrío creciente
cuando contempla la inmensidad del cielo
constelado de estrellas.
O cuando siente vértigo y admiración
al constatar la silenciosa presencia
 de la bondad y la belleza
en las profundidades de su espíritu.
Así soy yo a veces.

Como los peldaños de una escalera
que trepando por una altísima montaña
llevaran a un lugar desconocido.
Como las antenas de un insecto aún sin clasificar,
 como la luz que alumbra cuerpos
que bailan en los festines del Pleistoceno.
Como la extraña fuerza que guía mi voz
en este preciso instante.
Así yo soy a veces.

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