Porque es casi seguro que Baudelaire fue niño,
por el amor que tengo a Guttemberg y a su feliz
idea,
por la genialidad del que inventó los bosques,
por el relincho del caballo, por la primera
estampida.
Por el inagotable verso que es tu piel,
por la felicidad de descubrir el mar dentro del
cuerpo.
Por Siena y por Valencia de Alcántara.
Por Lorca García Federico y la última palabra que
escribió,
esa palabra que vaga solitaria por el infinito.
Por el misterio implícito en cada asteroide,
por la fascinación con las canicas de cristal,
por haber sido un ninfómano de la lectura,
por la alegría del excarcelado.
Por lo que ni remotamente podemos esperar,
por el idioma alemán, cuya complejidad me regaló la
vida,
por Julio Cortázar vomitando conejitos blancos.
Por cobijar palomas, halcones, colibríes.
Prolifera la noche.
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