Llueve, llueve desesperadamente
sobre los alcornoques de mi infancia,
debe de ser una conspiración
para que se despierte el arco iris.
Tras la prisión de un pozo
aspiro a ser un río
nutrido por los manantiales
que se prodigan en todo acto de amor.
Estos días de lluvia
son tiernamente propicios para la mirada,
para sacar a pasear el fuego
o darle la palabra al cuerpo.
Cuando quisimos darnos cuenta
estábamos lloviéndonos a mares.
Desde lejanas estancias escuchamos
gritos de rebelión y aplausos.
Reconciliado con el universo,
viendo que todo me reconocía,
me eché a llorar con rabia
en brazos de mi propia alegría.
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