domingo, 31 de agosto de 2014

Escribir



Escribir es indagar,
es juntar profundidad y altura,
buscar a tientas y a locas,
confundirse para siempre
con una expresión feliz.

Tratar de alcanzar a nado
la playa de tu atención.
Intuir que un solo verso
puede acoger un poema.

Encontrar la coherencia
en el aullido del lobo,
saber amar el silencio
que es un estrépito mudo,
saber volver al principio,
viéndolo todo por primera vez.

Prolifera la noche



Porque es casi seguro que Baudelaire fue niño,
por el amor que tengo a Guttemberg y a su feliz idea,
por la genialidad del que inventó los bosques,
por el relincho del caballo, por la primera estampida.

Por el inagotable verso que es tu piel,
por la felicidad de descubrir el mar dentro del cuerpo.
Por Siena y por Valencia de Alcántara.
Por Lorca García Federico y la última palabra que escribió,
esa palabra que vaga solitaria por el infinito.

Por el misterio implícito en cada asteroide,
por la fascinación con las canicas de cristal,
por haber sido un ninfómano de la lectura,
por la alegría del excarcelado.

Por lo que ni remotamente podemos esperar,
por el idioma alemán, cuya complejidad me regaló la vida,
por Julio Cortázar vomitando conejitos blancos.
Por cobijar palomas, halcones, colibríes.

Prolifera la noche.

Nocturno



Cuántas veces me he perdido
en tu inmenso laberinto de estrellas
buscando acariciar el sentido de la rosa,
tratando de atisbar lo que me dice el meteoro.

Dentro de mí suelen jugar
mil gracias que yo desconozco.
A bordo del velero del lenguaje
me deslizo por olas que no volverán,
llegando a playas donde vive mi infancia.

Noche amiga, amante del silencio,
cuando exiliado ya de la fugacidad del día
me invitas a cubrirme con tu velo,
enciendo fuegos que den señal de mí.

Y cuando llegue la gran noche,
el sueño eterno del que no se despierta,
como el pájaro carpintero quiero dejar mi huella,
la caricia de mi boca sobre el árbol de la tierra,
la perfección de una sílaba patinando irresistible
sobre el lago helado de la palabra amor.

Hay muchos astros en el universo,
jugando al escondite sin saberlo.

La noche



¡Oh, noche! tan repleta de estrellas
¿Por qué me miras con complicidad?
¿Desde cuándo me aguardas tan imperturbable?
¿Qué se siente en tu reino sin fronteras?

Astros, labios, tacto, misterio, pájaros nocturnos,
los amantes, el rayo de luna, la luciérnaga,
lo fatal, lo siniestro, lo inescrutable,
el bosque de hayas, todos los abedules.

La noche tiene resquicios que me conducen al mar,
sed de absoluto rielaba entre la mar cotidiana,
cada ola umbral de otra,
y la noche, tan callada, anunciándome otra noche,
presagio, concierto, guiño,
noche inalcanzable recién alcanzada.

Mi cama


Ciertamente tú y yo debemos de felicitarnos

Por el dudoso placer de habernos conocido.

Tú me has proporcionado cumbres de efímero deleite

Y yo te he dado cuerpos para desvencijarte.



Debo admitir que, más allá de vino y rosas,

ha habido noches de insomnio minucioso

en las que estoicamente has aguantado

el desquiciado recuento de todas mis amantes.



Y me has servido de escalera al cielo

cuando leyendo algún poema memorable

no encontraba postura digna para merecerlo.



Por ser tan discreta, amiga, gracias.

Gracias también por todos tus gruñidos.

Y cuando llegue el día del último viaje

y esté el chamarilero a punto de partir,

recuerda que te hice este sentido panegírico

que ya figura, por derecho propio,

en todas las antologías de poemas al catre.

Dios quiera que tu canto del cisne,

tardándote mucho tiempo en llegar,

se entone mucho antes que el mío.