miércoles, 3 de septiembre de 2014

Nunca dejaré de explorar



Estoy buscando la cara que tenía
hace mil millones de años,
vive en la  palabra amor
perdida en una galaxia.
Sé que le caigo bien al universo,
y que un día ha de darme la sorpresa
de encontrar la cara que tenía.

A veces salgo de viaje a sitios remotos,
imagino corales en Madagascar,
me siento un pigmeo al lado de un baobab.
Sé muy bien de lo que huyo,
más por más que azuzo
los lebreles de mi imaginación,
nunca dan con el rastro
de la cara que tenía.

Al fin he descubierto
que somos polvo de estrellas,
tú, yo, los que fueron y los que serán.
En favelas y mansiones nadie puede recordar
como era la cara que tenía.    




Estamos  hechos
de la misma sustancia
que las radiantes estrellas
y quiero confesaros
que siento una alegría indecible
por ser hermano de los astros.
Por eso veo el cielo en una flor salvaje,
noche estrellada  de orquídeas,
donde los colibríes ponen huevos
del tamaño de los asteroides.


Me busqué en el fondo del más profundo pozo
y resultó que estaba en un espejo,
allí una copia calcada a mí
realizaba mis sueños mas desaforados.
Era ave del paraíso terrenal,
volando ebrio sobre un mar de frutas,
era besos de labios aún por inventar,
era grullas copulando con el éter,
era amable brisa al atardecer
deslizándome entre suaves muslos.




Leía con placer en la cama
a un poeta refinado, sensual,
que sutilmente se infiltraba
a través de los muros de mi corazón.
Y es que el corazón tiene playas
donde retoza la vida,
donde la espuma  salpica
mientras goza con ardor
como un niño no domado.

“José Miguel, no te das cuenta
de que no hay ningún barco
que pueda sacarte fuera de ti mismo”
me dijo un poeta muy querido
que esperaba a los bárbaros
en la lasciva ciudad de Alejandría.

Mi padre solía decirme
“Nunca llegarás a ningún sitio”,
mas nunca he dejado de explorar
y el final de toda mi indagación
ha sido conocer la risa
y amar lo que me dicen los bosques.
¡Bendito polvo de estrellas!

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