Hay golpes tan suaves
que saben a caricia,
a pradera que sabe caminar.
Hay golpes tan suaves
que saben a festín o a orgía,
a canción medieval de Groenlandia,
a labios mirando al mar.
Hay golpes tan suaves
que son inmerecidos,
hay niños que quieren de corazón,
niños que quieren.
Hay niños en la estepa rusa
bebiendo Tchaikovsky,
devorando Dovstoieski
o guerras intestinas.
Hay niños tan pupitres
que añoran el tiempo
de los lapiceros,
cuando aún existían los colores.
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